Hubo una vez un califa en
Bagdad que deseaba sobre todas las cosas ser un
soberano justo. Indagó entre los cortesanos y
sus súbditos y todos aseguraron que no existía
califa más justo que él.
-¿Se expresarán así por temor? -se preguntó
el califa.
Entonces se dedicó a recorrer las ciudades
disfrazado de pastor y jamás escuchó la menor
murmuración contra él.
Y sucedió que también el califa de Ranchipur
sentía los mismos temores y realizó las mismas
averiguaciones, sin encontrar a nadie que
criticase su jus-ticia.
-Puede que me alaben por temor
-se dijo-. Tendré que indagar lejos de mi reino.
Quiso el destino que los lujosos carruajes de
ambos califas fueran a encontrarse en un estrecho
camino.
-Paso al califa de Bagdad! -pidió el visir de
éste.
-Paso al califa de Ranchipur! .-exigió el del
segundo.
Como ninguno quisiera ceder, los visires de los
dos soberanos trataron de encontrar una fórmula
para salir del paso.
-Demos preferencia al de más edad -acordaron.
Pero los califas tenían los mismos años, igual
amplitud de posesiones e idénticos ejércitos.
Para zanjar la cuestión, el visir del califa de
Bagdad preguntó al otro:
-¿Cómo es de justo tu amo?
-Con los buenos es bondadoso -replicó el visir
de Ranchipur-, justo con los que aman la justicia
e inflexible con los duros de corazón.
-Pues mi amo es suave con los inflexibles,
bondadoso con los malos, con los injustos es
justo, y con los buenos aún más bondadoso -replicó
el otro visir.
Oyendo esto el califa de Ranchipur, ordenó a su
cochero apartarse humilde-mente, porque el de
Bagdad era más digno de cruzar el primero,
especialmente por la lección que le había dado
de lo que era la verdadera justicia