Érase un
mercader tan avaro que, para ahorrarse la comida
de su asno, al que hacía trabajar duramente en
el transporte de mercancías, le cubría la
cabeza con una piel de león y como la gente
huía asustada,
el asno podía pastar en los campos de alfalfa.
Un día los campesinos decidieron armarse de
palos y hacer frente al león.
El pobre asno, que estaba dándose el gran
atracón, rebuznó espantado al ver el número de
sus enemigos.
-Es un borrico! -dijeron los campesinos-. Pero la
culpa del engaño debe ser cosa de su amo.
Sigámosle y descubriremos al tunante.
El pobre asno emprendió la gran carrera hasta la
cuadra del mercader; y tras él llegaron los
campesinos armados con sus palos propinando tal
paliza al avaro, que en varios días no pudo
moverse. Al menos la lección sirvió para que
aquel avaricioso alimentase a su asno con pienso
comprado con el dinero que el fiel animal le daba
a ganar